Mariela tiene 26 años, pero si la vieras, pensarías que por lo menos ronda los 40. Flaquita, sucia, con la espalda encorvada, el pelo atado, su estampa toda visibiliza las marcas indelebles de una vida cruel. Aunque hoy no lleva puestos tantos moretones, su cara tiene tatuada indeleblemente la violencia extrema: ni el cachetazo a mano abierta, ni la toalla mojada con la que se le pega a las mujeres en situación de prostitución cuyos cuerpos aún conservan valor en el mercado. En cambio, golpes de puño cerrado, como un hierro candente, sobre sus pómulos, párpados y labios le han esculpido un nuevo rostro en una mueca eterna de desfigurado espanto.
Ignoro si Mariela ha tenido alguna vez un orgasmo, si sabe lo bien que se siente que le chupen la concha, si alguna vez sintió placer al coger. Lo que sí sé es que un médico caritativo le ligó las trompas con tan solo tres hijos, antes de los usuales 5 de rigor que los profesionales de la salud obligan a las mujeres en estas situaciones a parir a para garantizar que su maternidad se vea realizada. Se ve que éste se apiadó de ella, y hoy Mariela, con la tranquilidad de no quedar preñada, puede ser violada cotidianamente, no sólo por el mismo hombre que le dejó la cara así y le hizo estos tres hijos- hipersexualidados, ultra-violentos, por los que nadie vela-, sino quizás también por toda la barra de borrachos derruidos con los que ambos paran, y frente a los cuales, en cualquier momento del día, delante de cualquier otra persona, la faja sin contemplación.
Mariela, sus hijos y este hombre viven los 5 en la plaza donde se reúne mi asamblea cada 15 días. Antes habían logrado vivir en una pieza de un hotel de la zona Sur de la ciudad de Buenos Aires, pero se les incendió: se conoce que una gélida noche de invierno hicieron un fuego que les quemó las pocas cosas que tenían. De ahí se fueron a la plaza. Él chorea y le niega a toda su prole, a ella, y a él mismo la posibilidad de recaer en uno de los albergues que el gobierno de la ciudad “dispone” para gente en situación de calle. Los motivos para no ir ahí, si es que hay alguno, excede toda razón lógica, aunque seguro hay quienes tienen motivos válidos para no recalar ahí. Mariela, por su parte, aprendió muy bien la lección de no moverse sola sino es en el radio que él alcanza con la mirada, ese circuito de la plaza es el único que ella puede hacer sin su compañía.
Mariela me hace pensar, más allá de toda indignación, más allá de todo deseo de justicia, en un principio básico: la autonomía jurídica de los sujetos. Porque sea confesado esto: Mariela no quiere dejarlo. Se dice que su hermana, que tiene un techo en la provincia, la alberga, pero sin él. Alguna vez, ella se ha escapado de su vigilancia, pero él ha ido a buscarla hasta esa casa, y no tan por la fuerza como quisiéramos, la trajo de vuelta a la plaza. Pero eso era antes, ahora ella sólo quiere que él cambie. La camioneta de Buenos Aires Pesente vino a hacerles una visita con sus asistentes sociales, pero sin el expreso consentimiento de ella, no se la puede llevar del lugar, aunque su vida corra grave riesgos. Sin ir más lejos, el mes pasado a su hija de menos de dos años fue atropellada por una moto, y nuevamente en el hospital Mariela tuvo una oportunidad de zafar de calle, las violaciones y las golpizas. Pero hoy en nuestro país no se institucionaliza a nadie que no tenga voluntad expresa de hacerlo y así lo exprese. Mariela, entonces, sigue en la cárcel de la plaza. Duermen sobre colchones, y sus fuerzas, las de ambos, no han logrado reunirse siquiera para juntar dos chapas y hacer un techo: cuando llueve, se quedan bajo el ombú mojándose. Y que quedé aclarado, no se trata acá de alguien que no ha alcanzado aún la tendencia y vive en la retaguardia, pero es susceptible, con prácticas activas, de ser persuadida sino una persona que ha descendido a un abismo del cuál la buena voluntad verbal no la va a sacar.
Por eso, ¿cuándo se puede afirmar que un ser humano está construido/a psíquicamente como para ser sujeto susceptible de ejercer la propia voluntad? ¿Cómo es que el “hermoso” discurso de la autonomía y la autogestión vino a convertirse en una máquina perfecta que justifique al Estado ultraliberal para no hacerse responsable de las condiciones de vida (o de muerte) que le impuso a ciertos individuos en situaciones extremas? ¿Se puede seguir pensando en “ella no quiere”, cuando ella ha sido arrojada a un sitio donde las criaturas ya no son nada? Mariela no podrá expresar jamás el deseo de vivir, o la pulsión de auto conservación, que ya no posee, si es que alguna vez la tuvo. ¿Quién se la quitó? ¿El frió y el hambre de la intemperie? ¿Las golpizas diarias, el ultraje sexual reiterado? ¿Fue acaso su familia, cuando ella aún podía llamar así a sus progenitores? ¿O quizás todo el alcohol etílico de la más baja calidad que ingiere para poder sobrellevar esa existencia en un sopor de inconciencia que le permita sentir menos el dolor?
No estoy tratando aquí de encontrar ni las causas ni las culpas de cómo Mariela llegó a estar donde está ni tampoco de cómo llegó a ser lo que es hoy. Ni las causas ni las culpas resolverán el dilema sobre la autonomía de los seres humanos. Simplemente me parece que pedirle a esta individua que exprese tan solo un “Ayudame” o un “Sacame de acá” es igual que pedirle a uno de mis gatos que hable. Mariela ha sido convertida en una cosa, sin palabras, sin necesidades, constituida como “no-persona”. Por su parte, el Estado liberal, aludiendo a la autonomía y la voluntad expresa de los sujetos se escuda para 1) para no gastar un centavo de su plusválico capital en salvaguardar el cuerpo y las vidas de estos individuos, 2) lograr que las personas frecuenten menos el espacio público por miedo o repulsión que personas como Mariela y su familia causa, 3) legitimar el accionar en un discurso de “se lo merece, no quiere hacer nada por ella misma”, que la gente reproduce sin pensar, 4) producir una nueva categoría de individuos no-personas que ya no pueden ser considerados ni humanos, y como tales son tratados por la sociedad toda, hasta el punto de ignorarles el sufrimiento.
Del mismo modo, estoy convencida que por mala que pueda ser una institucionalización, sólo en un campo de concentración Mariela podría estar peor que en la plaza hoy. De toda maneras, no se trata de mejorar las instituciones, como si estas pudieras resolver el problema de Mariela, cuando son activas cómplices en lo que está pasándole; sino de dejar de fingir y actuar con la misma hipocresía con la que el Estado la trata al exigirle que exprese, verbalmente, o físicamente, una voluntad que ayude a terminar con su calvario, condición que su cuerpo hoy ya no puede sustentar, como única forma de cese de su tortura, que se exprese, tal como lo haría otra mujer, de manera autónoma, libremente, por su propia voluntad, es un dislate. Mariela está imposibilitada de producir no ya por la mera falta de estructura psíquica, innata o producto de su entorno “íntimo”, sino porque ha sido producida así por un sistema conciente de lo que produce y crea y de porqué lo hace. Ella y su silencio, o su expresión auto-destructiva, es el horror que el sistema nos impone a todos como lección, seres abyectos y repelentes que serán abandonados a la malaventura hasta la muerte, no como falla, error o falencia de un sistema a mejorar o en proceso de cambio, sino a conciencia" y con un objetivo concreto del poder que ya ni necesita tener un ejército de reserva.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario