NI DIOS NI AMO NI MARIDO. Entrecruzamientos entre anarquismo y feminismo en la Argentina de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
Aún está escribiéndose la historia del feminismo anarquista en la Argentina. Vamos a situarnos entonces en su capítulo inicial, a finales del siglo XIX, cuando esta tendencia hace su aparición en el seno de un anarquismo que, en su vertiente organizativista, se estaba consolidando en el incipiente movimiento obrero y en la vida social y cultural argentina. Si bien representó una tendencia minoritaria dentro del movimiento, hay que destacar la importancia de La voz de la mujer (1896-1897), “un diario escrito por mujeres para mujeres”, “uno de los primeros casos registrados en Latinoamérica de una fusión de ideas feministas con una orientación revolucionaria y trabajadora”[1]. Este periódico, reconociendo la especificidad de la opresión de las mujeres, las convocaba a movilizarse contra su doble subordinación: es decir, como mujeres y como trabajadoras.
Diversos periódicos anarquistas recogían la llamada “cuestión de la mujer”, reivindicando el carácter justo y revolucionario del feminismo proletario que luchaba por abolir la desigualdad de los géneros[2], aunque no había homogeneidad acerca de la jerarquía a acordar a las vindicaciones específicas de las mujeres. En muchas de las miradas de los hombres anarquistas subsistía cierto paternalismo. Sostiene Molyneux que “para la década de 1880, había surgido una corriente feminista distintiva en el seno del movimiento anarquista europeo, representada por escritoras tales como “Soledad Gustavo” (Teresa Mañe) y Teresa Claramunt, de modo similar a como en el movimiento norteamericano estas ideas eran desarrolladas por Voltairine de Cleyre, Emma Goldman y otras. Algunas de estas escritoras ya estaban siendo publicadas en la Argentina en la década de 1880 y en las críticas a la familia de la prensa anarquista aparecieron junto a editoriales apoyando al “feminismo”, que era un término de uso común en ese momento. Hay que destacar que frente al feminismo burgués de la época, de índole básicamente sufragista, la opción del feminismo “proletario” tuvo distintas acepciones: para el Partido Socialista, acorde a su reformismo, éste se expresó en una variante del feminismo preocupada por la lucha igualitarista, reclamando los mismos derechos para ambos sexos y mejores oportunidades educacionales para las mujeres, con argumentos como la “debilidad física intrínseca” de la mujer y la preservación de su “rol nato” de madres. Nombres como Cecilia Grierson o Alicia Moreau de Justo adquirieron relevancia. Hacia 1903 hubo dentro de la UGT una rama femenina, la Unión Gremial Femenina. Mayor relevancia que en el mundo gremial tuvieron las mujeres socialistas en las discusiones ligadas a la ley 1420, de educación, además del problema de la salud de las mujeres trabajadoras sometidas a rudísimos ritmos de trabajo. Entre las socialistas también encontramos a importantes sufragistas y defensoras y promotoras de la consecución de los derechos cívicos para las mujeres. Es claro que el anarquismo no luchaba por la consecución de derechos políticos para las mujeres, como las y los socialitas y que su práctica no estaba exenta de contradicciones, pero lo cierto es que delinearon un entrecruzamiento fructífero entre feminismo y anarquismo al que sólo muy recientemente se le ha dedicado atención.
Según algunas de las autoras consultadas, el mayor impulso al feminismo anarquista provino de los activistas españoles, pero exiliados italianos como Malatesta y Pietro Gori apoyaron las ideas feministas en sus diarios y artículos”[3]. Si bien para la Federación Obrera Argentina (central anarquista) no debía haber “cuestión feminista” sino “cuestión puramente humana, puramente social” (3º Congreso de la FOA, 1903), se reconoció la necesidad de la independencia económica de la mujer, para que, “a la par del hombre, luche por la independencia humana”. El histórico V Congreso de la FORA, de 1905, resolvió “hacer propaganda tendiente a organizar a la mujer”, mandando a una compañera de gira por el interior[4]. Además de La Voz de la Mujer, entre los periódicos específicos del género femenino (escritos por y para mujeres) se destaca posteriormente Nuestra Tribuna (1922-1925), a cargo de la gran activista y difusora de “la Idea” Juana Rouco Buela. A igual que La Voz de la Mujer, recibe muchas críticas y suscita una polémica entre los círculos anarquistas. La publicación también afronta dificultades financieras y la negativa de la imprenta a seguir imprimiéndola,
A finales de siglo XIX comienza la inserción de la mujer en el campo laboral, sindical y de las luchas sociales. Diversos grupos de mujeres libertarias tienen actividad finalizando ese siglo y a principios del siglo XX, algunos de ellos impulsados por la Federación Obrera (Regional) Argentina. Sociedades de resistencia, centros femeninos para la ilustración y el esclarecimiento y comités de huelga se sucedieron a lo largo de las décadas de influencia del anarquismo en el movimiento obrero y en la rica vida socio-cultural de las clases populares. Si bien la participación femenina está condicionada por los prejuicios morales de la época, la constante represión del gobierno -que aqueja a toda la amplia gama de actividades anarquistas, más allá de su marca de género-, la carencia de recursos materiales, la intensidad de las luchas y demás factores, la falta de regularidad y el no muy alto grado de inserción logrado por estos colectivos entre las obreras (cuestión que es señalada por no pocas y pocos especialistas), no opaca su originalidad y su mérito. La constante propaganda sobre la específica condición de opresión entre las trabajadoras dentro y fuera de las fábricas o talleres, las distintas campañas de difusión en barriadas proletarias y en viviendas de alquiler sobre temas tan diversos como la contracepción, el cuidado de la salud y la educación populares o nuevos ideales relacionales –el mentadísimo “amor libre”-, por mencionar algunos ejemplos, dan cuenta de una prédica oral y escrita incansable para el ejercicio de una vida en un todo opuesta a la alienación burguesa. En este marco histórico que trazo apresuradamente, de formación de un movimiento obrero autóctono con el aporte de la inmigración conciente proveniente de Europa y la paulatina incorporación de las mujeres a las filas del proletariado urbano, se destaca La Voz de la Mujer, que “surgió en el contexto de la descomposición y recomposición de las divisiones de rol tradicionales”[5].
La aparición de este periódico y sus vicisitudes[6] nos hablan de un fenómeno no exento de contradicciones: a partir del segundo número, las redactoras denuncian las actitudes antifeministas de los camaradas hombres, “falsos anarquistas” los llaman, que pregonan la liberación de toda la humanidad, pero que en la práctica mantienen firme la tutela sobre “sus” mujeres. Si bien no hay unanimidad ni en la teoría ni en la práctica, es claro que la fuerte preocupación libertaria por pensar la estructura de la dominación y llevar a cabo formas de existencia contra esa dominación -aún con sus claroscuros y contradicciones-, abrió un espacio para un desarrollo específicamente anarquista del feminismo, tal como se expresa en este periódico y en otros posteriores. En una rápida enumeración de títulos, encontramos: la doble opresión de las mujeres (que las constituye como el sector más explotado de la sociedad)[7]; ataque al matrimonio[8], al poder masculino sobre las mujeres y la propuesta del amor libre como contrapartida a las instituciones de la burguesía y al poder de la Iglesia; cierto neomaltusianismo social –para eludir la miseria obrera y no reproducir más fuerza de trabajo para la clase dominante[9]; la denuncia constante de la hipocresía burguesa (por ejemplo, el aborto que es practicado por la clase acomodada, por las monjas y curas); denuncia implacable de la explotación sexual como uno de los principales flagelos a combatir[10]; un discurso complejo y radical sobre la sexualidad, la autonomía y el uso del propio cuerpo. Más problemática resulta, en cambio, la exaltación del rol de madre: aquella, abnegadísima, que cría hijos anarquistas.
Si bien esta rápida enumeración temática y la referencia a estas dos publicaciones de mujeres anarquistas no alcanzan a dar cabal idea de la riqueza del cruce entre feminismo y anarquismo que se vivió por esos años, pueden servirnos para una primera aproximación al fenómeno, que nos ayude a echar luz sobre algunas cuestiones urgentes del presente de quienes nos reivindicamos libertarias y feministas. Las y los anarquistas establecieron algunos modos posibles y deseables de hacer política y de entender la lucha de clases, enfrentando los distintos modos de dominio, de control, de normativización. “Cien años atrás el anarquismo era un movimiento organizado, culturalmente significativo, y políticamente temido”[11], dice Ferrer y creo, como este autor, que la contrahegemonía revolucionaria libertaria alimentó el suelo donde afloraron grupos políticos y movimientos varios –como el de mujeres-. Su impulso quizá nos ha llegado como un mito de lo imposible, como una rara avis, pero no está muerto. Quizá sea nuevamente hora de recuperar categorías y prácticas como las que supone la militancia, pero bajo otro signo. Porque hay otra política posible que la partidaria y la oenegizada. No hay reformismo ni conformismo posibilista en la lucha por la instauración de nuevos modos de vivir contra la dominación, lo cual implica, inexorablemente, la pasión creativa de la destrucción. Y estas mujeres anarquistas son representativas de lo que digo.
BIBLIOGRAFIA.
Baigorria, Osvaldo (comp.): El amor libre. Eros y Anarquía. Anarres, Bs.As., 2006.
Barrancos, Dora: Presencia de la mujer en las luchas sociales argentinas de principio de siglo. http://www.blogger.com/a%20las%20barricadas/www.mininterior.gov.ar/agn/barrancos.pdf
Bellucci, Mabel: Anarquismo y feminismo: el movimiento de mujeres anarquistas con sus logros y desafíos hacia principios de siglo. http://www.rebelion.org/mujer/030530siglo.htm
Anarquismo, sexualidad y emancipación femenina. Argentina alrededor del 900. http://www.nuso.org/upload/articulos/1926_1.pdf
Ferrer, Christian: Cabezas de tormenta. Anarres, Bs.As., 2004.
Ferrer, Christian (comp.): El lenguaje libertario. Altamira, Bs.As., 1999.
Lobato, Mirta Zaida: Historia de las trabajadoras en la Argentina (1869-1960). Edhasa, Bs.As., 2007.
López, Antonio: La FORA en el Movimiento Obrero. Tupac ediciones, Bs.As., 1998.
Molyneux Maxine: “Ni Dios, ni Patrón, ni Marido. Feminismo anarquista en la Argentina del siglo XIX”, presentación a la compilación La voz de la mujer. Periódico comunista-anárquico. Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 2002.
Oved, Iaacov: El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina. Siglo XXI Editores, México, 1978.
Suriano, Juan: Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910. Manantial, Bs.As., 2001.
Movimientos sociales. La huelga de inquilinos de 1907. Centro editor de América Latina, Bs. As., 1983.
[1] Molyneux, Maxine: “Ni Dios, ni Patrón, ni Marido. Feminismo anarquista en la Argentina del siglo XIX” en La voz de la mujer. Periódico comunista-anárquico. Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 2002: 11.
[2] A modo de ejemplo, La Questione Sociale, periódico fundado por Malatesta en 1883, publicó una serie de panfletos dedicados al tema, así como Germinal, que apareció en 1897, tenía una sección titulada “Feminismo”. La protesta, periódico central del anarquismo argentino a lo largo de todo su itinerario, dedica también espacio para la propaganda dirigida especialmente a la mujer y para que éstas se expresen en las luchas que les son propias.
[3] Molyneux, op. cit.: 16. En la Argentina se publicaron numerosas obras y artículos del anarquista italiano, dedicados específicamente a la cuestión que abordamos. Como ya apunté más arriba, la editorial de La Questione Sociale publicó “A las mujeres que estudian”, de Malatesta y “A las proletarias” de Soledad Gustavo, entre otras obras. Conforme Oved, Iaacov: El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina. Siglo XXI Editores, México, 1978.
[4] Conforme López, Antonio: La FORA en el Movimiento Obrero. Tupac Ediciones, Bs.As., 1998.
[5] Molyneux, op. cit.: 19.
[6] En el número 9, las redactoras afirmaban que había sido “un año de luchas, sacrificios, de crueles alternativas, de esperanzas y de caídas, solamente atenuadas en algo, por satisfacción de la lucha”.
[7] En una editorial, afirmaban: “creemos que en la sociedad actual nadie ni nada tiene una situación más miserable que las mujeres desafortunadas” (se entiende que se refieren a la mujer trabajadora y de las capas populares).
[8] Ni Dios, Ni amo, Ni marido, firmaba una colaboradora de La voz de la Mujer. Molyneux habla de noms de guerres al referirse a los apelativos de las y los contribuyentes, pero sería más correcto afirmar con Ferrer que no se trataba de alias o “nombres de guerra” cuando hablamos de estos apodos anarquistas, sino de “la prueba nominal de la transformación interior lograda”. Ferrer, Christian: Cabezas de tormenta. Anarres, Bs.As., 2004: 26.
[9] Más que a las autoras citadas en este trabajo, sigo aquí a Ferrer, que explica este rasgo de manera más convincente: “A su vez, el discurso eugenésico, sin estar del todo ajeno a las preocupaciones sanitaristas e higienistas de la época, se presentaba como un borde cultural apenas aceptable para la mentalidad burguesa. En el anarquismo, el discurso de la eugenesia abarcó distintas preocupaciones: la difusión del vegetarianismo, del nudismo, del antitabaquismo, de la procreación responsable o “consciente” (de raíz neomalthusiana) que predicaba la necesidad de, restringir la natalidad a fin de eludir la miseria obrera, la propaganda del uso del condón en barrios proletarios, la publicitación de otros métodos anticonceptivos…”. Ferrer, Christian: Cabezas de tormenta. Anarres, Bs.As., 2004: 33.
[10] Incluso autores no interesados en este aspecto del anarquismo local, resaltan el hecho de que durante el IV Congreso de la FORA (Federación Obrera Regional Argentina, de tendencia anarco-comunista), de julio de 1904, uno de sus puntos a tratar fue el de la lucha contra la prostitución y su base: la desigualdad humana. Conforme López, Antonio, op.cit y Oved, Iaacov, op.cit.
[11] Ferrer, Christian, op.cit: 13.
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