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by Alix Kates Shulman[Publicado en Women's Review of Books, Vol. IX, no. 3, Diciembre 1991.]
"Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa” dijo Emma Goldman (1869-1940), heroína feminista, activista anarquista, editora, escritora, maestra, exconvicta y agitadora quilombera buscapleitos en general.
¿Lo dijo realmente? Quizás pronunció: “Si no puedo bailar no quiero ser parte de tu revolución” como quedó escrito en una remera con la cara de una Emma recatada vistiendo un sombrero de ala ancha. ¿O quizás lo que dijo fue “Si no puedo bailar no es mi revolución”, tal como aparece citado en 1983 en el "no sexista pero tradicional“ Hagadá de Pésaj[1]?
De hecho, aunque la idea sí es de Emma Goldman, sobre la que habló y actuó en consecuencia, ella no escribió ninguna de las citas anteriormente mencionadas; a pesar de que todas y cada una de estas versiones- y más aún- han aparecido en pins, posters, carteles, remeras, calcomanías, libros y artículos durante 20 años. Lo que sí realmente dijo en 1931 en su autobiografía Viviendo mi Vida (Living My Life) fue lo siguiente:
En los bailes yo era una de las incansables y de las más alegres. Una noche un primo de Sasha [Alexander Berkman], un jovencito, me hizo a un lado. Con cara seria, como si me fuese a avisar de la muerte de unx queridx compañerx de lucha, murmuró que no era apropiado que una agitadora como yo bailara. Ciertamente no con tanto desparpajo y relajo. Era indigno especialmente de alguien que estaba camino a convertirse en una poderosa fuerza dentro del movimiento anarquista. Mi frivolidad sólo podía dañar La Causa. Me enfurecí ante la impúdica interferencia del muchacho. Le dije que se metiera en sus asuntos, que estaba cansada de que se me enrostrara La Causa todo el tiempo. No creía que La Causa que representaba un hermoso ideal, el anarquismo, la liberación y la libertad, la emancipación de las convenciones y los prejuicios demandara la negación de la vida y el goce. Insistí que nuestra Causa no debía esperar que me hiciera monja, y que el movimiento no debía convertirse en un claustro. Si significaba eso, entonces no la quería. “Deseo libertad, y derecho a la auto- expresión, el derecho de cada unx a cosas bellas y radiantes”. El anarquismo significaba eso para mí, y lo viviría así a pesar de las prisiones, las persecuciones, de todo. Sí, incluso en contra de la condena de mis propixs compañerxs de lucha, yo viviría mi propio ideal. [Living My Life (New York: Knopf, 1934), p. 56]
Como quizás tenga, inadvertidamente e indirectamente, alguna responsabilidad sobre la extrapolación del texto auténtico a la familiar paráfrasis, quiero confesar y aclarar la cuestión. Esto fue lo que pasó. En algún momento a principios de 1973 recibí un llamado de un tal Jack Frager, un viejo anarquista que trabajaba en un centro anarquista de la calle Lafayette 339 en Lower Manhattan, EEUU.—un edificio donde aún hoy varios grupos radicales, incluyendo anarquistas y La Liga contra La Guerra ( The War Resisters League), tienen sede. Como muchxs activistas radicales del período anterior a las publicaciones de escritorio, Jack era un tipógrafo; y tuvo la idea original de recaudar fondos para La Causa imprimiendo remeras de Emma Goldman para pregonar en Central Park durante el multitudinario festival que celebraría el fin de la guerra de Vietnam. Tras haber escuchado hablar a lxs anarquistas del feminismo de Emma Goldman (después de años de oscuridad durante los cuales no se publicaron sus trabajos, Emma repentinamente volvería a ser el centro de atención del ojo público como heroína por la liberación de la mujer), Jack me estaba llamando, entonces, para pedirme ayuda.
Yo acababa de publicar dos libros sobre Emma: una biografía y una colección de ensayos, ambos con fotos de ella. Jack quería saber si yo sería tan amable de prestarle una de las fotos junto con una frase o eslogan para las remeras.
Encantada con la oportunidad de promocionar el lado feminista de Emma, particularmente entre aquellxs que se hallaban reacixs a compartirla con cualquier movimiento que no fuese estrictamente el anarquista, le ofrecí una linda foto de Emma sin sombrero y con gafas; y le di varias citas, incluído el párrafo del episodio del baile, que me parecía encarnaba su espíritu más feminista. ¿Le propondría la frase “libertad, el derecho a la auto-expresión y el derecho de cada unx a cosas hermosas y radiantes? Quizá. En gratitud, Jack me daría todas las remeras que quisiera, al costo.
Varios días después, cuando pasé a buscar las remeras, me sorprendió encontrar la historia del baile de Emma sucintamente abreviada en la remera- la primera (y más común) de las versiones del ahora famoso eslogan: “Si no puedo bailar no quiero ser parte de tu revolución”.
Busqué el texto de Emma para hallar, en vano, la cita. Pero Jack estaba tan contento y Emma lucía tan animada en rojo y negro sobre remeras de todos los colores, que no tuve valor para cuestionarle el tema del eslogan en nombre de la verdad académica. Después de todo, la cita apócrifa iba a aparecer en una remera que no requiere las mismas normas de precisión que los libros, las contratapas, las reseñas. El sentimiento era el de una Emma de pura cepa.
Pero la historia (y la moda) explotó en esos hambrientos días de feminismo y el eslogan en la remera original pronto se dispersó y fue copiado y difundido por el mundo entero, a veces sin siquiera la corroboración de la frase “original” que fue cambiando a modo de Teléfono Descompuesto[2], a tal punto que las livianas libertades que Jack se había tomado respecto a la cita volaron y se diseminaron hasta alcanzar el reino de los mitos.
Cuando les regalé a todxs mis amigxs las remeras que me correspondían-incluso la mía propia- que ya estaba muy usada y harapienta- me compré otra. La nueva remera, adquirida en una librería, tenía una nueva imagen de Emma Goldman, esta vez con su sombrerito de alitas, y una nueva versión de la legendaria frase- incluso una diferente de aquella que a veces aparece en los pins.
De todas formas, si no podés usar lo que te viene en gana, ¿quién va a querer ser parte de tu revolución?
[1] La Hagadá de Pésaj es uno de los textos más íntimamente ligados a todas aquellas costumbres, tradiciones y sentimientos que conforman y reflejan la esencia misma del judaísmo. Y le dirás a tu hijo ese día: “Es a causa de lo que hizo conmigo el Eterno, cuando salí de Egipto” (Éxodo 13) Este versículo da origen y justificación a la Hagadá, el relato de la liberación del pueblo de Israel y el cual constituye el punto crucial de la festividad de Pésaj. La palabra Hagadá posee en hebreo el doble significado de “narración” y “leyenda”. Sin embargo, narración y leyenda no son conceptos incompatibles ni excluyentes. Narración sugiere relato verídico y exacto. Pero leyenda va más allá de lo que es la verdad simple y franca para elevarnos al nivel de la moraleja y de la enseñanza. Y de ese modo, nos hace ver lo que hay oculto y detrás de la mera descripción de los hechos y de los acontecimientos. Por otro lado la palabra Pésaj está llena de numerosos significados y diversas interpretaciones, y mucho se puede decir acerca de ella. En hebreo quiere decir “Pascua”, y se refiere en particular a la “Pascua de los Panes sin Levadura”. Pero en su sentido literal la palabra Pésaj significa “pasar por alto”, y en este caso se refiere a la protección que brindó Dios a los hogares de los israelitas, en vísperas de su liberación, salvándolos de todo peligro. Pésaj también significa “cordero”, en alusión al sacrificio ritual llevado a cabo antes de la salida de Egipto, que señaló la compenetración espiritual del Pueblo de Israel con el Todopoderoso. Por medio del simbolismo de este importante sacrificio, el Pueblo de Israel ligó a Dios eternamente su existencia y su destino. La palabra Pésaj es también sinónimo de la “salida de Egipto”. También del “fin de la servidumbre” y del “nacimiento de una nación”. Pero además, y sobre todas las cosas, Pésaj significa “libertad”. Libertad que por obra de Dios llegó a un mundo sin esperanzas, que se hallaba para aquel entonces sumido en la idolatría, en la ignorancia y en la esclavitud.<>
[2] Teléfono Descompuesto es un juego sencillo y no competitivo, el cual es jugado generalmente por niños y niñas. En este juego los varios participantes se divierten al escuchar como un mensaje se va distorsionando
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